Alta Ruta TransPirenaica (I). Rozando el cielo

Queríamos viajar en mountain bike a través del Pirineo uniendo el Mediterráneo con el Cantábrico, pero lo queríamos hacer lo más cerca posible de sus más altas cumbres, por lo que había que trazar una nueva ruta transpirenaica

Alta Ruta TransPirenaica (I). Rozando el cielo

Queríamos viajar en mountain bike a través del Pirineo uniendo el Mediterráneo con el Cantábrico, pero lo queríamos hacer lo más cerca posible de sus más altas cumbres, por lo que había que trazar una nueva ruta transpirenaica. Durante semanas, analizamos los tracks de otras rutas ya creadas, estudiamos docenas de mapas, revisamos imágenes satelitales… y dibujamos una línea imaginaria de 1.200 km sobre un mapa digital. Luego, por fin, llegó el momento de comprobar qué nos aguardaba sobre el terreno. ¿A alguien se le ocurre un plan mejor para el verano?

undefined

Un viejo proverbio reza que todo largo viaje comienza con un simple paso adelante. Nuestra Alta Ruta transPirenaica comenzó con un inolvidable amanecer en el cabo de Creus, en Girona, con el sol ardiente tiñendo de rojo la superficie de un mar en completa calma. Esta era la visión romántica que se perfilaba ante nuestras retinas, la que habíamos soñado durante meses, incluso años.

La realista era algo distinta: habíamos pasado la noche envueltos en una nube de mosquitos que convirtieron la velada en una especie de remake de Pearl Harbour, vivaqueando en plan contorsionista entre las afiladas rocas de este paraje áspero y surrealista. Evidentemente, no habíamos pegado ojo. Con más de cien picotazos repartidos por nuestra piel, tras ver el ansiado amanecer, finalmente dimos la espalda al Mediterráneo y pusimos rumbo a otro mar, el Cantábrico. De por medio, un sinfín de valles, montañas, collados, caminos, pueblos, sendas medio perdidas… Sabíamos que algunos pasos serían inciclables, sobre todo con el equipaje que llevábamos a cuestas. No nos importaba: nos gustan los retos y nos encanta el ciclomontañismo, aunque a veces tome un marcado cariz de “ciclomasoquismo”.

Ya en las primeras etapas comprobamos que el Pirineo puede ser exigente desde sus más suaves estribaciones, sobre todo si una ola integrista de calor ha invadido el territorio. Por sendas y caminos de herradura, entre chorretones de sudor y arañazos obsequio de los zarzales autóctonos, conseguimos llegar a Port de la Selva cruzando el Parque Natural del Cabo de Creus por su sector norte y bajándonos de la bici sólo en dos tramos. A partir de aquí tomamos el camino costero a Llançà y después fuimos hacia Vilamaniscle siguiendo el track de la Raids al Vent (www.raidsalvent.com), pero en sentido inverso, pasando por la ermita de Sant Silvestre, en dirección a Espolla y la sierra de l’Albera, donde improvisamos un nuevo campamento tras una dura jornada colmada de sube y bajas.

A la mañana siguiente, el sol regresa a su cita de siempre igual de amenazante. Nuestro plan consiste en esquivar La Jonquera (los motivos no vienen al caso), para lo que nos desviamos hacia el castillo de Requesens y enfilamos la subida al collado del Pla de l’Àrea. De camino, entre un denso bosque de encinas, encontramos los restos de un hidroavión francés que se estrelló durante las labores de extinción de un devastador incendio que arrasó estos bosques hace 25 años. “El fuego comenzó con un accidente automovilístico en la autopista, en Le Perthus, pero la tramontana llevó las llamas hasta Cadaqués”, nos contaba la única vecina del barrio de Requesens sólo un rato antes.

El desvío nos permite coronar el primer collado del viaje, uno de tantos pasos transfronterizos todavía sin pavimentar, donde iniciamos un entretenido descenso y nos plantamos muy poco después en Le Perthus, lugar de paso desde tiempos inmemoriales, donde iniciamos una nueva ascensión al Coll de Panissars. Allí se encuentran las ruinas de lo que fue la unión de dos importantes vías de comunicación en la época romana: la Via Domitia y la Via Augusta.

undefined

La rampa asfaltada pronto se convierte en pista; la pista, en camino, y el camino, en senda… Entramos en un hayedo sombrío y fresco llamado Foret de la Torre que parece sacado de un sueño. Avanzamos por instinto, siguiendo nuestro track teórico, que de momento responde a la perfección. En algunos cruces, sin embargo, nos toca casar teoría y realidad, pues ésta ha cambiado ligeramente. Nuevos caminos abiertos donde antes había campos, sendas perdidas en la maleza por falta de uso o, lo que es peor, borradas de la faz del mundo por una excavadora…

El mapa del GPS nos lleva hasta el Coll de Manrella por un laberinto de caminos hasta que volvemos a cruzar la frontera y retomamos el track de Raids al Vent, de nuevo en sentido inverso, acometiendo la imprudencia de encarar una larguísima ascensión de 5 km envueltos en una nube de moscas. El refugio de Les Salines está cerrado, pero dispone de una zona libre y una generosa fuente. No necesitamos más. Nos metemos en el saco de dormir exhaustos, pero fascinados por lo que se puede superar en una mountain bike con alforjas si no te rindes a la primera de cambio.

El día empieza con un largo descenso hasta Maçanet de Cabrenys, con parada incluida en la fuente de La Forestal, en cuyo estanque se ahogan a pares vistosas salamandras suicidas. En el pueblo saboreamos el primer fuet del viaje. El pan con algo será el almuerzo oficial de la travesía.

Tras reponer energía toca enfrentarse a la idea de una nueva y larga subida, suave al principio y rompedora más adelante. Pese al calor canicular, a Coustouges llegamos temblorosos, tomando la carretera sólo al final. Al coronar, las piernas apenas nos sostienen. En un sombrío parque saboreamos el segundo fuet del día. Más agua –qué rica está en estas latitudes–, una breve siesta y a pedalear otra vez. Milagro.

Nuestra “nueva ruta” nos conduce ahora por la vertiente francesa, a través de caminos poco trillados hasta una pista recientemente asfaltada que sube a un campo de golf en el que nos deniegan la entrada. Sorpresa. Rabia. Ira. Maldiciones. Palabrotas. Pataleta. Ajo. Agua. Resina.

undefined

Retrocedemos unos metros y encontramos una señal que indica un camino para 4x4 que parece que rodea el campo. El bucle supone trialear un buen rato sin saber cómo acabará la fiesta, pero la variante, aunque es técnica, resulta ser ciclable incluso con alforjas, tanto en el ascenso como en el descenso, aunque no sin esfuerzo ni unos gramos de chaladura. Premio. Recompensa. Satisfacción. Sonrisas. Menos mal.

Con el ánimo recuperado, vamos enlazando tramos de camino y de pista con alguna que otra carreterilla de montaña hasta Lamanére, donde compramos la cena, nos dopamos con dos litros de un refresco llamado Cat-Cola (fabricado en el sur de Francia) y apostamos por seguir pedaleando hasta donde nos lleven sus mágicos azúcares. Al final, quizás gracias a la cafeína, acampamos cuando ya es noche cerrada, pasado el Coll d’Ares, en un bosque de abetos con vistas al Canigó. Mañana volveremos a cruzar al sector sur por la Collada de Prats, para bajar hacia Espinavell por la ruta de la Trashumancia. Pero eso será mañana. Hoy hemos hecho un largo trecho, con más de 2.100 metros de desnivel positivo acumulado. Empezamos a encontrar el ritmo del viaje.

Los palizones sobre la bicicleta suelen pasar factura al día siguiente. Quemando lípidos desde el primer minuto de pedaleo, ganamos altura con paciencia hasta la Collada de Prats, primer puerto con aspecto verdaderamente pirenaico de la travesía.

Desde aquí podríamos bajar directamente hacia Molló siguiendo el track de la BI6000 (www.bi6000.com), pero optamos por dar un amplio rodeo y lanzarnos por una inclinada pradera hasta un barranco surcado por una senda casi invisible que acaba en Fabert. Seguimos bajando hasta enlazar con la carretera de Espinavell, donde acordamos ascender hasta los 2.000 metros de la Collada Fonda y volver a bajar por Setcases, lugar que resulta más que indicado para recuperar fuerzas. Menuda comilona… Parecemos dos finalistas del programa “Supervivientes”… Suerte que luego sólo pretendemos bajar.

Tras los cafés, nuestro itinerario desciende hasta el cruce de Tregurà para después trepar hacia el Coll de la Gralla, otra vez sobre la línea de los 2.000 metros. En principio no haría falta ir a Camprodon, pero antes de volver a ganar altura decidimos hacer una visita a nuestros amigos Jaume y Marga, y, de paso, poner una lavadora.

Tras una jornada de descanso, recuperamos el camino más directo hacia las faldas del Balandrau y el bosque de Pardines, ahora sí, siguiendo la clásica Transpirenaica (www.transpirinaica.com) del libro de Jordi Laparra. Las fuerzas parecen renovadas. La pista se abre paso a través de una densa nube de niebla fría, pero ganamos altura a buen ritmo, incluso nos permitimos el lujo de poner el plato mediano en más de una rampa. Por nuestras venas y arterias corre la sangre de un potro pirenaico. No se trata de ninguna metáfora, ayer cominos unas hamburguesas muy especiales de ésas que sólo los autóctonos saben dónde comprar. “Esto os aportará hierro y glóbulos rojos para llegar al Cantábrico”, nos aseguró Jaume.

El descenso es muy rápido (ya lo conocíamos de la BI6000) pero rodamos atentos al desvío del bosque de Vilardell, donde nos topamos con una barrera que impide el paso. Parece la típica valla dispuesta por el propietario de la finca que no quiere que nadie pase por sus tierras. Al otro lado del invento se adivinan los restos de una senda casi extinta, completamente tomada por la vegetación. Una pena.

La alternativa más simple consiste en bajar hasta Ribes de Freser y luego remontar por la carretera de Queralbs, pero según el mapa del GPS acabamos de saltarnos un camino que va hacia Serrat, donde podremos enlazar con una pista y otro camino que nos llevarán a Fustanyà y, más abajo, al mismo punto donde debía conducirnos esta senda hoy clausurada.

Allí mismo cruzamos las vías del cremallera de Núria y empezamos la segunda ascensión del día hacia Vilamanya (zona de minas, hoy abandonadas) y el Collet de les Barraques. En pleno bosque de Cotet volvemos a coincidir con cuatro bikers de Gandía que conocimos en la cumbre del puerto de esta mañana. Vamos juntos un rato, pero poco antes de llegar al refugio Corral Blanc se desvían por el GR-11 (son unos incondicionales de las trialeras), en dirección a Planoles. Aquí nuestra ruta vuelve a separarse del itinerario clásico. Tras llenar los bidones en la fuente que fluye junto al refugio, ganamos altura hasta una hora prudente para levantar el campamento. Mañana intentaremos cruzar por el Coll dels Lladres, de 2.534 metros, nuestra vía de entrada directa a La Cerdanya.

Amanece claro y radiante. Tras desayunar ración doble de té con galletas, hoy toca colocar el máximo de peso en las mochilas. Se trata de aligerar las bicis todo lo posible porque sospechamos que poco más arriba habrá que bajarse y empujar, y en cualquier porteo es preferible llevar el grueso del equipaje pegado a la espalda si la alternativa es acarrear una bici de casi 30 kg. Al principio, el camino es ciclable, pero enseguida la pendiente se dispara, y aunque está limpio de piedras en su mayor parte, para nosotros resulta más rentable caminar.

En cuanto dejamos atrás el bosque de pinos, identificamos el paso, a unos 3 km de distancia y 500 metros más alto, casi en línea recta. A la derecha se alza mastodóntico el Puigmal (2.911 m) y diversos grupos de rebecos corren a lo lejos montaña abajo. La postal es inmejorable. Sólo es cuestión de relajarse y seguir caminando, disfrutando del paisaje. Hace buen tiempo. Estamos en el lugar adecuado en el momento adecuado.

Tras casi dos horas empujando las bicis (sin peso extra más de uno habría pedaleado casi toda la senda), iniciamos el larguísimo descenso hasta Puigcerdà, donde llegamos a mediodía. Bocatas de hamburguesa, patatas bravas, cerveza… ¡Y Tour de Francia!

Para el día siguiente los meteorólogos anuncian tormentas. De eso nos enteramos en el camping de Saneja, muy lujoso, en el que aplican tarifas especiales a los que realizan la travesía del Pirineo a pie o en bicicleta. Por suerte, los del tiempo vuelven a equivocarse, así que retomamos la ruta subiendo a la estación de esquí nórdico de Guils-Fontanera, por el mismo itinerario que utiliza la ruta Trinxat BTT (www.trinxatbtt.com). Ganamos altura con suavidad por pistas y caminos hasta que las nubes hacen acto de presencia. De repente, en lo alto de La Feixa, a 2.200 metros de altitud, caen cuatro gotas. Chubasquero y para abajo, no sin antes alucinar bastante con el centenar de coches aparcados a ambos lados de la pista, justo en el acceso al sendero que lleva a los lagos de Malniu. Es domingo, está claro. A veces en estos viajes a uno se le olvida en qué día vive.

El descenso a Meranges es muy rápido, pero está casi todo asfaltado. A partir del pueblo enlazamos con una serie de caminos, algunos bastante trialeros, que nos llevan a Éller y Ordèn. El cielo acaba descargando, pero el destino quiere que sea cuando estamos a salvo del chaparrón, bajo el tejado de la fuente de Éller. Aprovechamos para echarnos una siesta.

En un ambiente mucho más fresco, retomamos el camino a Talltendre y luego a Coborriu de la Llosa, que en algunos tramos nos hace dar lo mejor de nosotros. Enfrente, al otro lado del valle, se alza la infinita muralla del Cadí. Empezamos a notar los efectos del esfuerzo. Suerte que queda poco para llegar al camping Cortal del Gral. Aquí no hay descuento para ciclistas, pero las vistas del Cadí son insuperables.

La ruta continúa hacia el refugio de Cap de Rec, para seguir subiendo hasta la cota de los 2.000 metros. No saciados con ello, decidimos ascender hasta los Estanys de la Pera, a 2.357 metros, por un camino de ida y vuelta cerrado al tránsito motorizado.

undefined

Tras el descenso viene otra subida, y así se encadenan una serie de sube y bajas con el atractivo común de la visión perpetua de un Cadí espectacular. Seguimos de pleno el itinerario de la Trinxat BTT, pero al llegar a la Collada de Pimes (2.135 m) decidimos improvisar un descenso más directo sin pasar por la estación de esquí de La Rabassa. El atajo nos sale bien y enseguida volvemos a estar en el track previsto, en el que disfrutamos de un memorable descenso de casi 20 km.

Mil metros más abajo nos esperan un par de noches en el camping Frontera, una bolsa llena de PowerBar y nuestro amigo Ramon Aranda, participante en todas las ediciones de la Titan Desert, que nos invita a cenar en un buen restaurante pese a admitir que gozamos de “buen aspecto” y confesar que siente una envidia inmensa por nuestra ruta. Tras la cena, bajo un cielo rebosante de estrellas, recordamos una imagen que nos ha quedado grabada en la mente: antes de iniciar el último descenso, justo enfrente de nosotros pero al otro lado del profundo valle, se adivinaba el trazado de la siguiente etapa, progresando entre las montañas, buscando un paso hacia la Vall Ferrera. Menuda cuesta nos espera… No se hable más: mañana, día de descanso.

Dos días –y cuatro latas de fabada– después, encaramos la temida cuesta. Al principio es una estrecha carreterilla asfaltada, pero más allá de Ars la pista nos lleva entre bosques hasta la Creu de Ras de Conques, donde rondamos de nuevo la cota 2.000, y descendemos hasta la ermita de Santa Magdalena. A partir de aquí empieza otra subida hacia el Coll de Jou, pedaleando de nuevo a casi 2.000 metros, antes de volver a bajar, esta vez hacia Farrera, Burg y Tírvia.

undefined

Tras el velocísimo descenso, al cruzar el puente sobre la Noguera de Vallferrera, nos desviamos río arriba. La ruta va en el sentido opuesto, hacia Llavorsí, pero nos tomamos un respiro para intentar subir el primer tres mil del viaje: la Pica d’Estats (3.143 m).

El plan consiste en dejar las bicicletas en un camping (entre otras cosas, en las alforjas llevamos un buen candado) y cambiar durante los próximos días las zapatillas SPD por las botas de montaña. El plan sale a pedir de boca. En el camping Pica d’Estats, en Àreu, son más que amables y acceden a echarles un ojo a las bicis y guardarnos parte del equipaje durante nuestra ausencia. Al día siguiente, con las mochilas a la espalda y comida para dos días, emprendemos una larga marcha hacia el Coll de Baborte. Custodiados por un inmenso circo rocoso que envuelve una docena de lagos de montaña, saltamos hacia el valle que da acceso a la vía normal de ascensión. De camino nos cruzamos con una manada de rebecos y varios grupos de scouts. Aparte de ignorar nuestra presencia, éstos también parecen ignorar el giro del tiempo y siguen avanzando puerto arriba pese a que está anocheciendo.

undefined

Por nuestra parte, ya en mitad de un amago de tormenta, montamos el campamento a orillas del lago Estats, del que tomamos agua para preparar unos Sopinstant para la cena. La Pica se alza justo delante de nosotros, aunque no la veamos, pues las nubes y un viento helador nos aíslan por completo.

Al amanecer, la situación no ha mejorado, pero tampoco llueve. Completamos la ascensión casi sin visibilidad, aunque en la vertiente francesa sí logramos disfrutar de los pétreos parajes de la alta montaña, con sus lagos, sus neveros, sus infinitas tonalidades cromáticas… El descenso será largo, sobre todo la parte final, que es por buen camino, en el que echamos de menos unas ruedas. Al día siguiente, las agujetas en las piernas serán memorables.

Tras la breve aventura alpinista, regresamos al track y ponemos rumbo a Llavorsí. Estamos molidos. Apenas rodamos 21 km, casi todos de bajada, antes de fondear –o mejor dicho, tocar fondo– en un bar con pantalla gigante en el que sirven grasientas hamburguesas rodeadas de “churripitosas” patatas. Es el menú oficial del viaje, no lo podemos evitar. Lo importante hoy es disfrutar de la contrarreloj final del Tour.

undefined

La dueña del bar asegura que el ciclismo es lo más aburrido de la programación, pero hoy Cadel Evans va como un cohete, vuela literalmente sobre los badenes de la carretera, se enfunda el maillot amarillo, llora emocionado… Al acabar la retransmisión, volvemos al asfalto, pero el viento en contra es aún más fuerte que por la mañana y las tripas, en pleno estallido revolucionario, no nos permiten ir muy lejos. Completamente rendidos, sacamos la bandera blanca en el primer camping que encontramos.

A la mañana siguiente, todavía afectados por la intoxicación alimentaria, ponemos rumbo a Esterri d’Àneu. El primer tramo es para olvidar, pues no hallamos ninguno de los caminos que el mapa señala a orillas del Noguera Pallaresa. Los campos de cultivo se los han tragado. Sólo al llegar a la presa de la Torrassa podemos dejar de sufrir el acoso de los coches en la carretera general. Por la pista que bordea el pantano, enseguida superamos Escalarre y Esterri d’Àneu. Aunque poco más allá, Isavarre, Borén e Isil se hacen más de rogar.

undefined

El largo tramo de asfalto en subida se nos atraganta hasta que tomamos la pista de Bonabé. El cielo azul y las montañas desaparecen tras un denso manto de nubes grises. El bosque empieza a rezumar, las vacas, también empapadas, nos miran compasivas. Entramos en el Val d’Aran, el primer valle atlántico del viaje. Llevamos casi 600 km y quedan, aproximadamente, otros tantos. Notamos un cierto cansancio, pero también la agitación y el entusiasmo propios al sentirnos muy cerca de un paso clave dentro de nuestra travesía y uno de los más espectaculares de todo el viaje. Aún no sabemos cómo saltar del Val d’Aran al valle de Benasque. Sólo sabemos que no será fácil. Pero lo haremos.

Itinerario: Cabo de Creus-Llançà-Le Perthus-Maçanet de Cabrenys-Coustouges-Lamanére-Fabert-Espinavell-Setcases-Tregurà-Serrat-Vilamanya-Vallcebollera-Puigcerdà-Guils de Cerdanya-Meranges-Viliella-Ars-Tírvia-Llavorsí-Esterri d’Àneu-Montgarri-Vielha.

Kilometraje: 575 km.

Desnivel positivo acumulado: 16.104 metros.

Fechas: Del 9 al 26 de julio de 2011.

Bicis: Trek 6700 y Trek 6300 (colección 2011).

Cubiertas: Bontrager XR3 (más una Bontrager XR4 de repuesto).

Pinchazos: Usamos cámaras con líquido sellante y sólo sufrimos un pinchazo, por llantazo. A partir de ahí montamos el XR4, que dio excelente resultado.

Averías: Ninguna.

Equipaje: Íbamos realmente cargados, pero éramos muy autónomos. Llevábamos equipo de acampada, cocina y montañismo.]]> paragraph <![CDATA[Alforjas: Usamos dos modelos distintos de Carradice, las Carradry y las SuperC.

Portabultos: Modelos Sherpa y Cold Springs de Old Man Mountain.

Tipo de caminos: Abundaron los caminos y las pistas, esquivamos el asfalto siempre que fue posible y descubrimos más tramos de senda y trialera ciclable de los que habíamos imaginado.

Meteorología: Julio suele ser el mes más estable, aunque pueden formarse tormentas vespertinas.

Orientación: Usamos mapas digitales 1:25.000 de CompeGPS instalados en un TwoNav Sportiva y un TwoNav Sportiva+. Llevamos baterías extra para tener mayor autonomía.

Agradecimientos especiales: Top Cable, CompeGPS, Trek, Bontrager, TwoNav, Julbo, Montane, Altaquota, Alpina, PowerBar, Bestard, Suunto, Carradice, Old Man Mountain y Abus.

Tracks: http://ca.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=2036265

Galería de fotos

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...