No hace ni un año que una resbaladiza rotonda camino de la abadía de Montecassino, sexta etapa del Giro d’Italia, generó un caos cuyo gran perjudicado fue el fémur de Ángel Vicioso (1977, Zaragoza). El aragonés de Katusha no volvió a competir en toda la temporada; hubo momentos en que se antojaba que ya se había puesto su último dorsal. Y sin embargo tuvo fe. El periplo que inició con una desgracia camino de una abadía se cerró con un éxtasis frente a una basílica, el Puy, en la cual conquistó la victoria del Gran Premio Miguel Indurain.
Indurain fue la típica carrera española. Movistar Team en cabeza del pelotón, marcando el ritmo; Murias Taldea, ordenado en el pelotón a su vera; Caja Rural, disperso; Burgos BH, en la fuga. Los castellanoleoneses introdujeron esta vez a dos de sus mejores motores, el vasco Ibai Salas y el abulense Víctor Martín: Sprints Especiales para el primero y Montaña para el segundo, con el resto de escapados (el diabético Lozano, el valenciano Molina, el voluntarioso Gari Bravo, el anónimo italiano Luca Frasa) repartiéndose apenas migajas y descolgándose uno a uno de su rueda.
La aventura duró mientras Movistar quiso. La escuadra telefónica jugaba en casa y dispuso toda la artillería. Anacona, Javi Moreno, Igor Antón y Jesús Herrada se partieron el pecho tirando en el pelotón para dejarlo en medio centenar de ciclistas a base de abrir gas en cada una de la decena de subidas ratoneras en que consistía el recorrido. Fue en la antepenúltima, Lezaun, que el ‘azul’ Beñat Intxausti forzó un corte peligroso y a la postre definitivo; en él estaban jóvenes talentos como Imanol Estévez (Murias Taldea) o Alberto Gallego (Radio Popular), curtidos emigrantes como Paco Mancebo (Sky Dive Dubai) o Delio Fernández (W52), y contendientes de nivel en las figuras de Janier Acevedo (Cannondale) y el a la postre ganador Vicioso.
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