EXPERIENCIA, EN LA ISLA DE WAR, CROACIA
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EXPERIENCIA, EN LA ISLA DE WAR, CROACIA

“Solo es una isla si la miras desde el mar”, es la famosa frase del policía Chief Brody de la película “Tiburón”. La verdad es que mientras contemplo el paisaje de aguas azul turquesa a mi alrededor, en la isla de Hvar, en Croacia, tengo la misma sensación. De hecho, toda mi atención está focalizada en el singletrack que se encuentra delante de mi rueda. Es la única cosa que importa, aquí o en cualquier otro sendero, en cualquier sitio del planeta, sea una isla o no.
Mi mirada se desliza colina abajo hasta el puerto donde el San Onova, nuestro barco, está amarrado, esperándonos con cerveza fría lista para nuestra vuelta. Obcecados por el pensamiento de una de esas refrescantes cervezas, el descenso se vuelve rápido y furioso, con un ruidoso sonido de piedras golpeando nuestras monturas. “Es como montar por una cocina griega”, comenta mientras se carcajea Olly Wilkins, rider de DMR, y se lanza al último tramo infectado de piedras que nos deja junto a nuestro barco. En ese
momento las cacofonías que nos acompañaban son reemplazadas por el sonido relajante de las olas y de las gaviotas sobre nuestras cabezas. La relajación no dura mucho y pronto oímos el motor de nuestra nave acercándose a puerto y dejando claro que hoy veremos la isla desde el mar.
Olly, junto conmigo, el rider de Saracen Bikes Blake Samson y el guía de mountain bike de Verbier James Brickell, nos hemos embarcado en una aventura acuática
a bordo de un bello yate de madera a motor. Por esta semana, el San Onova va a ser nuestro hotel, nuestro restaurante, solárium y nuestro shuttle para nuestro particular y salado road-trip.

Lejos de las grandes cordilleras
A veces nos obsesionamos con las altas montañas, cuando a veces la mejor fruta está más abajo, en este caso a nivel del mar. Y es que a través de las costas de toda Europa, su gente ha ido creando senderos naturales a través de milenios, dejando un perfecto rastro de singletracks usados por personas y mulas esperando nuestros neumáticos. “Al menos aquí no sufriremos mal de alturas”, bromeo… Y me acuerdo de este oportuno comentario al poco tiempo, mientras empezamos a pedalear en un camino superinclinado en la isla de Brac. Solo estamos a 500 metros sobre el nivel del mar, pero está claro que tenemos que ganarnos el descenso con nuestro propio esfuerzo. Después de atravesar la mayor parte de la isla por una pista de gravel muy rota, nos lanzamos por un singletrack lleno de zigzags y rock-gardens que nos fuerzan a usar nuestras habilidades de trial.
Es nuestro primer aperitivo de lo que está por venir en este destino aún no explotado por el turismo de mountain bike. Los senderos por los que montamos son naturales, sueltos e impredecibles, como lo han sido siempre aquí. Pero si hubiéramos querido flow y peraltes, habríamos ido a un bike park, ¿verdad? Las cerradas curvas zigzagueantes del sendero nos llevan hasta el monasterio de Blaca, del siglo xv, escondido misteriosamente sobre una gigante pared de roca. En los últimos 400 años, sus monjes hacían vino, recolectaban miel y la porteaban a través de esta red de senderos para venderlos al mundo exterior. Convertido actualmente en un museo, usamos sus amplios muros para refugiarnos del sol de mediodía antes de atacar el obligatorio último puerto del día que hay que escalar para volver al valle. Una vez coronemos, tendremos un increíble descenso que nos llevará hasta nuestro barco, que mientras tanto ha navegado alrededor de la isla para ir a recogernos. Habrán sido mas de 40 km y 1.500 metros de desnivel.
Unos números respetables para una vuelta que comienza y acaba a nivel del mar… Las posibilidades de la zona La ruta por Brac ha sido un buen calentamiento, pero en realidad ha habido más gravel que singletrack. Islandhopping, la compañía que nos ha traído a la zona, está especializada en rutas de trekking, pero no son especialistas en mountain bike. Están entusiasmados con las nuevas posibilidades de rutas que puede ofrecer el mountain bike en esta zona, y esperan ansiosamente nuestro feedback para poder mejorar su oferta.

Y comenzamos pues con nuestro feedback sugiriendo sustituir la planeada ascensión de gravel del segundo día por un shuttle en taxi local. La furgo nos deja en lo más alto de la isla, desde donde empezamos a pedalear por preciosos bosques de pinos hasta el punto mas alto, a 778 metros, en Vidova Gora, la punta montañosa mas alta del Adriático. Desde la cima, divisamos el mar allá abajo a nuestros pies, donde nuestro barco San Onova navegará para recogernos una vez allí. Desde el pico nos lanzamos a través de una espectacular arista, esquivando piedras del tamaño de un conejo que pueblan el sendero y que amenazan con catapultarnos 200 metros abajo por el barranco si fallamos en la trayectoria, mientras seguimos en continuos zigzags hacia el puerto de Bol. La erosión ha ido dejando un terreno muy técnico, con trialeras y regueros que esculpen la roca. Cuando llegamos al puerto de Bol, nuestras caras tienen la sonrisa que solo un descenso continuo de 10 km puede proporcionarte.

Con vistas al mar
A medida que la semana avanza, vamos puliendo nuestra rutina matutina: tomar un café en cubierta mientras vemos las olas pasar, desayunando mientras el barco zarpa hacia nuestro nuevo punto de partida en otro pueblo, listos para desembarcar con nuestras bicis en cuanto toquemos la madera del muelle. Hacia el quinto día, creíamos que ya teníamos la vida marítima controlada, pero unas olas de dos metros nos dejan claro que habíamos subestimado la fuerza del
Adriático, y toda nuestra crew se encuentra riendo a carcajadas mientras nuestro barco se zarandea como la cáscara de una nuez con nosotros agarrados a la barandilla exterior, luciendo una pálida tez… Creo que incluso la tripulación se muestra aliviada al alcanzar tierra firme en cuanto llegamos al puerto de Vela Luka en la isla de Korcula. Aún mareados cuando subimos a nuestras bicis, ascendemos hasta un antiguo fuerte amurallado del siglo xix, construido sobre las ruinas que dejaron las fuerzas austro-húngaras, testigos del beligerante pasado de Croacia. Desde sus ahora pacíficos alrededores, oteamos la cadena de islas que se extiende frente a nosotros antes de lanzarnos a un descenso lleno de saltos hasta el puerto. Los primeros escalones, drops y curvas cerradas evolucionan hacia un suave sendero en un denso bosque de pinos que parecía haber sido construido especialmente para mountain bikes si las fuerzas militares hubieran tenido mountain bikes 120 años atrás… Por lo menos les ofrece a nuestros riders de dirt jump Olly y Blake la posibilidad de volar sobre sus bicicletas.


Apurando nuestra aventura
La verdad es que para ser riders de dirt jump, ambos están muy fuertes, y eso que no podríamos estar más lejos de su terreno predilecto. Nos ha faltado algo de terreno menos técnico para poder aprovechar su talento, pero cada día ha tenido su recompensa. En la isla de Hvar atravesamos el pueblo fantasma de Malo Grablje, que quedó desierto en 1950 y que es un signo de la tumultuosa historia de Croacia, pero un perfecto escenario para jugar con nuestras bicis. Fue como un evento urbano de Red Bull, pero sin espectadores…
Cuando finalmente realizamos la travesía de cuatro horas hasta la isla de Vis, decidimos volver a ahorrar energías en las subidas mediante transfers en coches, así que alquilamos el único coche de alquiler de la isla, un Dacia Duster. Meter a cinco personas y sus bicicletas en un coche tan pequeño no fue tarea fácil, pero la falta de espacio fue compensada por el entusiasmo de su dueño, un local aficionado al mountain bike que estaba emocionado al ver riders internacionales visitando su pequeño trozo de paraíso. “Los trail de Komiza son primera clase mundial”, nos dice mientras nos entrega las llaves del coche y nos estrecha la mano de forma tan contundente que pensamos que su ocupación real posiblemente sea cazar osos en lugar de alquilar coches.

Senderos que conducen al mar
El diminuto puerto de Komiza resulta ser una verdadera mina de oro. Con Tedi al volante guiándonos y haciéndonos de chófer para ascender hasta el punto de partida de nuestras bajadas, realizamos varios descensos de los pequeños senderos que van desde las colinas más altas hasta el mismo puerto. Pequeños arbustos espinosos exfolian nuestra piel al mejor estilo mediterráneo, y, aunque algunos de los senderos tienen excesiva maleza, nos abren los ojos al potencial de esta isla. Adentrándonos aún más hacia el centro de la isla, realizamos una vuelta más larga, descubriendo increíbles bosques de pino e inmaculados singletracks.
Mientras el sol comienza a descender inevitablemente hacia lo lejos, en el horizonte sobre el mar llegamos a lo que resultará ser el mejor trail de todo nuestro viaje: un sendero que serpentea sin parar al borde del mar amenazando en cada curva cerrada con lanzar nuestra rueda delantera al agua, mientras el bosque resuena con nuestras carcajadas de placer. Es ya de noche cuando llegamos de nuevo a nuestro barco para sentarnos a descansar, beber unas cervezas y comparar heridas de guerra mientras contamos anécdotas sucedidas. Con el suave balanceo del barco, rememoramos los senderos que hemos recorrido. Rocosas, rápidos y con piedras muy sueltas, estos senderos podrían pertenecer a cualquier lugar, excepto que cuando los miras desde un barco, cuando los miras desde el mar…
Texto y fotos: David Millner

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