OMÁN: EN RUTA POR EL PAÍS DE SIMBAD EL MARINO

Países de los que casi no hemos oído hablar nos pueden sorprender gratamente. Son puntos blancos o vacíos en un mapa. Omán era uno de ellos hasta este año.

OMÁN: EN RUTA POR EL PAÍS DE SIMBAD EL MARINO

Cada uno tiene el suyo. Un propio mapa del mundo. Conocemos algunos países porque hemos estado allí o viviendo en ellos. Algunos están cerca y los visitamos de vez en cuando. Otros son más lejanos. Después están aquellos de los que solo hemos oído hablar por amigos, por las noticias o libros. Por último de los que casi no hemos oído hablar, con los que no tenemos ninguna conexión, no hemos oído su nombre y no sabríamos ni dónde ubicar en un mapa. Son puntos blancos o vacíos en un mapa. Para mí, Omán era uno de ellos... hasta este año.

Me di cuenta de mi ignorancia respecto a Omán en un viaje este pasado marzo al sur de Francia. Leyendo la revista del avión, un artículo informaba sobre el país más seguro al que viajar en la zona de la península arábica, Omán: kilómetros de costa, preciosas playas y montañas que se alzan hasta los 3.000 metros. Llamó claramente mi atención, y es que, si hay montañas, normalmente hay posibilidad de que exista buen riding, y aún mejor si estas se encuentran cerca de la costa, lo que añade variedad al paisaje. Así que inicié mi investigación on line, compré una guía de viaje a Omán y quedé fascinado por las historias de ciudades fundadas en torno al comercio de antiguas caravanas de especias y puertos donde se forjó la leyenda de Simbad el Marino, nacido en Omán.

El mapa interno de mi amigo Bernhard, en cambio, no tenía ningún punto vacío en la zona de Omán, ya que estaba en su lista de visitas pendientes desde hacía mucho tiempo. Había encontrado al compañero de viaje perfecto y acordamos que a finales de octubre sería la mejor época para visitar el país.

En nuestros países la temporada de bici estaba llegando a su fin, así que nos hicimos con un billete de avión con Omán Air desde Alemania hasta la capital de Omán, Muscat, con vuelos diarios en menos de 6 horas y media.

Salimos del aeropuerto y nos impactó el calor al ir a buscar nuestro coche de alquiler. El termómetro marcaba 42 grados y empezamos a sudar solo con cargar las bicis en el maletero. Estábamos contentos de que nuestra próxima parada fuera a 2.000 metros sobre el nivel del mar, donde esperábamos que las temperaturas fueran mas soportables. Comenzamos el viaje bajo el amparo de nuestro aire acondicionado, y con las reservas de agua y comida a tope, pero aún tuvieron que pasar algunas horas conduciendo sobre una llanura inacabable para que empezáramos a divisar montañas. Conforme nos acercábamos a ellas, el asfalto comenzaba a convertirse en pista y los rayos de sol creaban una atmósfera mágica mientras alcanzábamos nuestro bungalow para esta primera noche, disfrutando ya del fresco aire del atardecer.

Al día siguiente, después de montar nuestras bicis, nos lanzamos a explorar los senderos del Djebel Shams, una cadena montañosa denominada así en honor al pico más alto de la península de Arabia, que alcanza los 3.005 metros.

Entre las montañas y nuestro alojamiento se encuentra el espectáculo del Wadi an Nakhur, el Gran Cañón de Omán, que corta el terreno en vertical con paredes verticales de hasta 1.100 metros. Solo 400 metros separan nuestro alojamiento de estas magníficas paredes no aptas para gente con vértigo, y divisamos ya el sendero que resigue el borde del precipicio y que se llama el Balcony Walk, la ruta de trekking más famosa de Omán.

Incluso a esta altura hace tanto calor a mediodía que tenemos que volver al resort a relajarnos y refrescarnos en la piscina mientras planeamos la siguiente incursión. Por la noche analizamos la siguiente ascensión posible con detalle, que se supone que emplea unas 10 horas entre subir y bajar. Y no creemos que vayamos a realizarla mas rápido por ir en bici, ya que el terreno es extremadamente técnico y rocoso, y ello nos va a forzar a caminar y empujar la bici mas de lo deseado.

Elegimos comenzar por el Balcony Walk, y dejar la larga ascensión para otro día, y arrancamos el día bien temprano, para evitar las horas de máximo calor. Pasamos cerca de tiendas de turistas que han acampado en el borde del cañón y que no han despertado todavía. Unas marcas de colores nos indican el inicio del camino, y acompañado por algunas cabras curiosas, comenzamos la ruta, ya con algunos pasos técnicos que nos ponen en alerta mientras jugamos con el abismo cercano. A nuestra izquierda una pared asciende 150 metros hacia el cielo, mientras que a nuestra derecha, el vacío se desploma 800 metros hasta el fondo del cañón. Aquí no vale cometer errores. Seguimos descendiendo hacia el fondo del valle, rodeados de majestuosas paredes, aunque no podemos disfrutar al 100 % de las vistas al tener que estar tan atentos al sendero para no desviarnos. Aquí hay que usar el 100 % de tu atención todo el tiempo. Cinco buitres voltean sobre nuestras cabezas mientras paramos un momento para recuperar fuerzas y recomponernos de la exigente ruta.

El sendero que desciende por el cañón termina en el fondo del valle, donde no hay salida posible, y nos sorprende descubrir las ruinas de una pequeña casa aquí. Posiblemente la existencia de un pequeño pozo, ahora seco, fue la razón de que alguien se asentara aquí en algún momento.

El agua aquí es escasa y yo me he acabado la de mi Camelbak, mientras el calor comienza a afectarme. Mal plan. Por suerte, Bernhard saca de su mochila una naranja y salva mi día. Después de descansar unos minutos a la sombra, nos volvemos a poner manos a la obra y esta vez nos toca empujar la bici cuesta arriba hasta volver al inicio del Balcony Walk, donde una multitud de niños curiosos vienen a recibirnos y quieren montar en nuestras bicis, mientras sus madres les gritan alrededor nuestro y los perros ladran en la distancia. Una vez en el campamento, grandes nubes comienzan a formarse y el mánager nos asegura que va a llover, por primera vez en meses. ¡No puede ser! ¿Justo cuando llegamos nosotros? Verificamos el parte meteorológico para los próximos días y no pinta muy bien, o sea que decidimos dejar la ascensión de 10 horas para otro momento, una decisión acertada como comprobaríamos a posteriori.

Volvemos a empaquetar todo y dejamos el resort mientras nos despedimos de las majestuosas montañas de la zona.

El cielo se vuelve más y más negro y llegamos a una erosionada pista donde parece haber llovido hace poco. De hecho, paramos un poco más adelante, donde un gran grupo de coches se ha detenido, y descubrimos que las lluvias han formado una gran catarata de agua donde ayer solo había polvo y roca, y esto, más que el desierto, ¡parece Islandia!

Al principio nos hace gracia, pero a medida que nos acercamos a la llanura, podemos apreciar ya desde la distancia las lluvias torrenciales que están azotando la zona baja, que crean corrimientos de lodo y barro e inundan la carretera casi por completo. Queremos salir de este infierno cuanto antes.

El infierno no termina hasta al cabo de 2 horas, cuando las nubes se despejan, la lluvia se disipa y podemos divisar las cascadas de agua fluyendo entre las rocosas montañas desde todas las partes del valle. Lo que antes eran pequeños torrentes se ha convertido en violentos ríos que arrastran barro y que los locales observan con incredulidad. Conseguimos esquivar las carreteras más castigadas por las inundaciones y llegamos a un hotel para pasar la noche. Al día siguiente nos enteraríamos de que seis personas habían muerto a consecuencia de las inundaciones, así como que multitud de casas habían sido arrasadas y carreteras destruidas. Estamos contentos de no estar en la zona montañosa en este momento. Ya tenemos suficiente agua por el momento, así que decidimos dirigirnos al desierto, a 6 horas de viaje de donde nos encontramos, donde comienza el área del Ramlat-Al- Wahiba.

Visitamos la ciudad de Nizwa de camino, y es que es uno de los puntos más interesantes para visitar en Omán. La radiante mezquita azul y dorada del sultán Qaboos, y sus murallas circundantes, pueden ser vistas desde la distancia, entre las palmeras que se recortan en el cielo. En el siglo xvii, Nizwa fue un centro importante de religiosos, filósofos y artesanos, y aún hoy en día preciosas cerámicas se pueden encontrar en el Souq, el mercado principal de la ciudad. Unos hombres ataviados con los tradicionales trajes Dishdaschas se acercan a nosotros e insisten en tomarse unas fotos, mientras conversamos alegremente y les sacamos toda la información útil posible para nuestro viaje.

El cielo vuelve a oscurecerse a medida que seguimos nuestro viaje, pero no tiene el mismo aspecto de la tormenta del otro día. De repente me doy cuenta de lo que pasa: ¡es una tormenta de arena! No puede ser, salimos de una para meternos en otra... Poco a poco conseguimos avanzar y llegamos al pequeño oasis de Al-Hawiya.

No tenemos claro nuestro plan de acampar en las dunas, pero nos arriesgamos a continuar siguiendo a un grupo de locales en potentes 4X4 que han venido a jugar en las dunas con sus vehículos. Montamos nuestro campamento entre altas dunas de arena, y la noche estrellada nos sorprende con su claridad, que nos permite apreciar todas las estrellas sin la habitual polución lumínica de las grandes ciudades.

Al día siguiente dos beduinos en camello se detienen a nuestro lado. Son los propietarios de un campamento en las dunas cerca de donde hemos acampado, y simplemente han acudido para ver si nos encontrábamos bien con la tormenta, y, especialmente, porque no es habitual ver a extranjeros acampados sin la ayuda de un guía local en esta zona. Nos invitan a su campamento a un café, que ellos llaman Qahwa, y que tiene su origen en la península. Es el símbolo de la hospitalidad arábica y existen diferentes versiones para prepararlo, añadiendo especias variadas como cardamomo, incienso u otras fragancias que crean una experiencia nueva para nuestros paladares, acompañado de los ubicuos dátiles, moneda de cambio en tiempos antiguos y aún una comida muy importante en la zona.

Después de un buen rato, nos levantamos del suelo (aquí no hay mesas ni sillas) y nos despedimos de nuestros hospitalarios amigos beduinos. Estamos deseando deshacernos de toda la arena que se ha ido instalando en nuestros poros, pero en lugar de la piscina de un hotel, decidimos dirigirnos al Wadi Bani Kalid, un precioso río que está considerado el más bonito del país, con su paisaje idílico rodeado de palmeras a lo largo de sus aguas turquesas. Nos sentimos como en el paraíso y, a pesar de que el agua es casi demasiado caliente como para refrescarse, nos quedaríamos aquí para siempre. Cientos de omanís acuden aquí para hacer picnic, tocar música, y muchos de ellos se sienten intrigados por nuestras bicis. De nuevo nos sentimos recibidos con los brazos abiertos, y quedamos sorprendidos por la extrema hospitalidad de esta gente.

Nuestro viaje continúa hacia la costa al siguiente día. La ciudad costera del sur se encuentra en la extensión del este de la península arábica, y se conoce por ser la ciudad de nacimiento de Simbad el Marino.

Elegimos comenzar por el bazar, pero esta no es la única razón para visitar la ciudad, sino que también queremos ver los dhaus, los tradicionales botes de pesca de madera que solo se encuentran en esta zona del mundo. La tradición de estos pequeños barcos se transmite de boca en boca entre padres e hijos y no existen planos ni medidas para construirlos. Los pescadores vuelven pronto al puerto por la mañana y ofrecen su pesca del día, desde atún fresco hasta tiburones y rayas. Con nuestras bicis subimos hasta una pequeña colina de la ciudad y disfrutamos de la increíble vista de la ciudad y la laguna entre minaretes y mezquitas, con sus características casas blancas contrastando con el azul del océano.

Después de una semana de viaje, cogemos la carretera de vuelta a Muscat, la capital de Omán. Impresionantes edificios como las fortalezas de Mirani y Jalali, nos acercan a como era la vida hace años aquí, cuando en los años 60 no era más que una pequeña ciudad costera que ha crecido hasta ser una metrópolis de más de un millón de habitantes bajo la influencia del sultán Qaboos de los años 70. Hoy un día un tercio de la población total del país vive aquí, así que hay bastante ambiente mientras paseamos por sus calles acompañados en todo momento por las fragancias de incienso quemado a cada paso que damos. Hacemos cola junto con mujeres y hombres vestidos con el característico traje del país para comprar baklava, un surtido de dulces pastelitos que varían de sabor a cada bocado, entre un mar de exóticas especias y aromas típicos de la zona.

Mi punto blanco en el mapa ha desaparecido esta semana. Coloreado con las impresiones que la espectacular naturaleza de Omán ha dejado impreso en mi cerebro, y recordando las inundaciones y tormentas de arena, los aromas inundando nuestros sentidos y todas las amables caras que hemos conocido y manos que hemos estrechado, todavía tenemos que procesar todas estas experiencias. Pero una cosa está clara: una semana no es suficiente tiempo para comprender completamente la variedad de este país y su riqueza forjada a través de una larga historia de cientos de años.

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