Pedales de Los Ports (2ª parte). Espíritus cautivos

A finales de marzo del presente año, una copiosa e imprevista nevada nos impidió completar la tercera y cuarta etapa de la Pedales de Los Ports. Y hemos vuelto.

Pedales de Los Ports (2ª parte). Espíritus cautivos

Una copiosa e imprevista nevada nos impidió completar la tercera y cuarta etapa de la Pedales de Los Ports. Tras comprobar que un palmo de nieve primavera es demasiada nieve para pedalear por según qué tipo de caminos, volvimos a casa enamorados de una región agreste e indómita y convencidos de que pronto regresaríamos a sus inexpugnables dominios. Y hemos vuelto.

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Después de huir con el rabo entre las piernas y la nieve por los tobillos, volvemos a Pedales de Los Ports, cuesta arriba, camino de Fredes, un pequeño pueblo de la vertiente mediterránea de Castellón, situado a 1.090 metros sobre el mar, en la comarca del Bajo Maestrazgo. Con la sensación de tener los pies en la playa y respirar el aire puro de la montaña, retomamos la ruta a escasos kilómetros de donde tuvimos que dejarla. “¡Llegáis con tres meses de retraso!”, bromea Nuri luciendo una sonrisa de oreja a oreja. Ella es la encargada de hacernos sentir como en casa y alimentarnos como si de nuestra abuela se tratase. Conversación, cena, sobremesa... Gracias a ella nos enteramos de la historia reciente de esta pedanía de montaña. Nuri empezó a veranear aquí cuando era sólo una niña. Nos habla de cómo eran por aquel entonces las casas, las calles, la gente, los veraneantes, la carretera –”era una pista de tierra y piedras”–, del atajo por la vereda a La Pobla de Benifassà… “Aquí vienen a almorzar muchos ciclistas. Suben por donde habéis subido vosotros, ¡pero con bicis de carretera!”, apunta observadora. Etapa 3: Cañones solitarios Fredes-Caro (48 km/1.378 m+) A la mañana siguiente, Nuri nos desea feliz viaje y nos embute en las mochilas un par de potentes bocatas de fuet y unas manzanas. El sol, todavía bajo, ilumina la blanca fachada de la iglesia de Fredes, que destaca sobre un cielo azulísimo. Con las piernas rebosantes de optimismo y las espaldas cargadas de ánimos, encarrilamos la pista de subida hasta el Coll dels Tombadors, donde el rutómetro nos desvía a la izquierda. El nuevo camino describe constantes curvas hasta afrontar una dura rampa que nos aúpa hasta el Tossal dels Tres Reis (1.351 m), una plataforma pedregosa con espléndidas vistas al accidentado relieve de Los Ports. La leyenda cuenta que en la época musulmana se reunían aquí los reyes de Tortosa, Valencia y Zaragoza para apaciguar los ánimos sin abandonar sus respectivos reinos. Hoy, en lo alto, además del típico belén con figuritas de plástico, se alza un punto geodésico piramidal de base triangular cuyas tres caras dan a Castellón, Teruel y Tarragona respectivamente. Afinando la vista, hacia el noreste, identificamos la cima del Caro (1.442 m), final de etapa previsto para hoy, con sus inconfundibles antenas en lo más alto. De por medio se solapan un sinfín de siluetas rocosas, con sus correspondientes valles y cañones. El día está claro aún, pero por poniente se advierten las primeras nubes. Tras hacernos una idea de lo que nos resta, descendemos al camino y seguimos pedaleando hasta las ruinas de Sant Miquel d’Espinalbar. A partir de aquí empieza un tramo muy trialero lleno de subidas y bajadas que harán felices a los más técnicos y pondrán contra las piedras a los menos avezados. Poco a poco, caminando en algún repecho empinado y esquivando algunos pinos muy mal puestos, recuperamos la pista principal por la que habíamos llegado al Coll dels Tombadors, pero a la altura del Mas del Ric de Fredes (ya os hemos contado el atajo). La pista nos lleva a través del bosque hasta el Coll de la Creu, pero enseguida abandonamos el vial normal hasta Caro, desviándonos hacia la Reserva Natural Parcial de los Hayedos de Los Ports. Enseguida pasamos junto al Refugio de Font Ferrera, que queda a unos 200 metros de la pista y dispone de una fuente ideal para rellenar los bidones. A partir de aquí, empiezan de nuevo las subidas por camino, siempre emboscado, y nos cruzamos con dos machos adultos de cabra salvaje (“Capra Pyrenaica Hispanica”), propietarios de poderosas cornamentas, que huyen sin demasiado celo. “Ciclistas”, deben de pensar. “Éstos no disparan”. Bosques colgantes El paisaje gana espectacularidad tras la siguiente ascensión, que nos coloca frente a un laberinto de paredes grisáceas de formas irregulares. Las nubes ya han cubierto el cielo por completo y la luz difuminada le da al panorama un aire de jardín japonés, con sus paredes desgastadas por el agua y miles de árboles colgando de los oníricos acantilados. Emprendemos el rápido pero entretenido descenso hasta topar con una nueva excusa para detenernos un rato. A 50 metros del camino se alza el Pi Gros, también conocido como Pi del Retaule, un inmenso pino que crece junto a una hermosa fuente de la que no osamos beber. La cuesta prosigue. El pinar queda atrás y entramos en un hayedo en el que sucumbimos ante el abrazo del monumental Faig Pare. Se trata de una haya única e impresionante, cuyas gruesas raíces nos recuerdan el hogar de los alienígenas de Avatar. El camino se convierte en senda y luchamos otra vez contra la gravedad, bajo nuevas murallas de roca vertical, hasta desembocar en un camino más ancho. El sol asoma entre las nubes apenas un minuto y sacamos una foto. La alegría dura poco. Para saltar al valle contiguo hay que bajar de nuevo, esta vez por un prado escalonado lleno de terrazas, y entrar en una senda imposible que se nos atraganta un poco más de la cuenta. La tormenta nos pisa los talones. Cada minuto se eterniza. Es lo que ocurre cuando uno sueña con la comodidad del hogar, el plato de sopa, la ropa seca... Al final del pedregal (aproximadamente 1 km) nos espera un espectacular camino de bajada que devoramos con una ansiedad inaudita. La lluvia parece inminente, pero mantenemos el optimismo. Eso sí, el bocadillo del picnic que nos ha preparado Nuri lo hemos convertido hace horas en una larga cadena de aminoácidos y monosacáridos. Es decir, ya vamos pajaritos. A toda velocidad, salimos a la pista, giramos a la derecha y seguimos sumando y restando distancias mentalmente en cada cruce. En una de ellas, dudamos. Algo no coincide. De pronto, echamos de menos un mapa topográfico para descubrir dónde estamos. “Puede que el rutómetro tenga un error”, convenimos (y así era, aunque ahora ya lo han corregido). Vamos hacia delante. Hacia atrás. “Algo descuadra”, lamentamos. En total incertidumbre, con las nubes amenazantes sobre la visera del casco y las tripas pegadas a la espina dorsal, apretamos los riñones hacia las exigentes rampas pavimentadas que desembocan en el Coll de Carrasqueta. Desconocemos que son las últimas, pero lo son. Estamos salvados. Falta menos de un kilómetro, pero ahora ya diluvia. Al hostal-restaurante Lo Port llegamos calados, desencajados, rendidos. No hay nada peor que la duda. “Nunca más sin mapa”, repito mientras me acerco a los labios una taza humeante de café con leche extra-azucarado. “Nunca más sin dos bocadillos por cabeza”, bromea Amelia. Y es que 48 km y 1.400 metros de desnivel parecen pocos, pero en este tipo de caminos y con el equipaje a cuestas pueden dar mucho de sí. Etapa 4: Equilibrio vertical Caro-Beceite (57 km/1.020 m+) El día amanece con discreción. No llueve, pero el sol brilla por su ausencia y la temperatura ambiente refresca. Partimos animados, dispuestos a todo. Puede que el cielo amenace con un aguacero, pero la etapa promete fuertes emociones y hermosos parajes, sobre todo en los famosos Estrechos de Arnes. Antes de abandonar l’Esquirol, sorprendemos a un jabalí haciendo guardia frente a una casa. Paciente y obstinado, parece un niño disfrazado de jabalí pidiendo caramelos la noche de Halloween. Nuestra curiosidad no le molesta. No se inmuta. Sólo espera, tenaz, a que se abra la puerta. El camino se funde enseguida con el bosque por varias sendas que nos llevan a un nuevo camino. Primero baja, luego sube y, un rato después, nos encontramos en lo alto de la Mola de Catí, a 1.300 metros de altitud. Cuando el bosque clarea, avistamos la cumbre del Caro y, entre los arbustos, sorprendemos a otro soberbio macho cabrío. Su cornamenta, más alta que la vegetación reinante, delata su posición, cada vez más lejana. Con la emoción del avistamiento, iniciamos el descenso por buena pista hasta cruzar un barranco y enlazar con una nueva subida, esta vez sostenida, por el camino de la Gavarda. Poco más allá paramos para almorzar unos “pastissets”, dulces típicos de Tarragona que hemos comprado por la mañana en el bar del hostal. El azúcar nos lleva cuesta arriba por una zona de prados en los que pacen toros bravos. Al vernos, la manada arranca a correr. “Están huyendo”, apunto. “No todos”, indica Amelia. Así es. Unos cuantos abandonan al grupo y se nos acercan con una pose chulesca verdaderamente inquietante. “Tranquila, hay verja”. “No creas, ahí delante está abierta”. Por suerte, el rutómetro nos desvía cuesta arriba en dirección opuesta, por una senda pedregosa que trepa hasta un claro. Empieza aquí un sector trialero pero ciclable que encadena sendas bien pisadas que abren pasadizos a través de un tupido bosque. El pasillo es lo suficientemente ancho para ir en bici, con pequeños escalones, cerrado por la densa vegetación a ambos lados. Es un tramo muy disfrutón y emocionante, sobre todo cuando descubres que en mitad de la vereda se pudren algunos excrementos de res. “¿Y si viene ahora la vaquilla de cara?”. En esta vida hay muchas preguntas sin respuesta. Horizontes de roca Con la emoción del encierro sorpresa dejamos atrás el Col d’Abella y el Pla de Centelles, donde el camino se reabre y nos conduce a unos prados amplios con inmejorables panoramas. Pasamos junto al refugio del Mas del Torrero y el de Terranyes, donde nos desconcentramos ligeramente y seguimos recto donde teníamos que torcer por una senda. Cuando advertimos el error (unos 300 metros más allá) ya es demasiado tarde. Estamos asomados a La Puntassa, un alto desde el que se disfruta de una increíble panorámica de la Vall d’Uixó, la Ballestera, las Roques de Benet... De nuevo sobre la ruta correcta, enlazamos varios tramos de senda ciclable hasta la Miranda, donde la ruta se desvía hacia el Coll dels Bots por una trialera prácticamente imposible. Entre helechos y rocas húmedas cubiertas de verdín, sudamos tinta en plena bajada hasta que acordamos poner fin al tramo sobre la bicicleta e inauguramos la temporada de “a patita”. Enseguida advertimos el golpeteo de las primeras gotas de lluvia sobre las hojas de los árboles. La casilla del rutómetro indica poca distancia, pero al ir bajados es imposible calcular el tramo con precisión. Mejor será relajarnos. Taparnos, escuchar al bosque. Ser bosque. Poco más allá la senda se ensancha y montamos de nuevo hacia el Coll de Montfort, bajando después hacia el Estrecho de l’Home y volviendo a ganar altura al Coll de Miralles y el de Pellnegra. La tormenta ha cesado. Era sólo un aviso. En pleno velocísimo descenso, el paisaje vuela por el rabillo del ojo. Aquí las sierras las coronan cimas puntiagudas rodeadas de bosques funámbulos. Igual que las cabras, todo guarda equilibrio. Aunque ya no llueve, el agua fluye por la pared a la altura del Clot de Montanyès, donde reposa una hembra de cabra salvaje que tampoco se asusta ante nuestra llegada. Paramos a observarla, mal escondida entre los pinos. El fulgurante descenso concluye al llegar al río de Els Estrets. Antes de cruzar el puente, una senda surge a la izquierda, fiel a su cauce y en suave bajada, por el límite del bosque. Desde el sendero sólo se oye el agua decantándose entre pozas transparentes. Un kilómetro más allá quedamos a la intemperie, rodando por un estrecho camino obra del hombre, muy aéreo. A un lado, un acantilado. Al otro, el río. En la orilla opuesta, otra pared inmensa. El paso se estrecha como un embudo de roca lisa. Vadeamos el río y seguimos bajando, sorprendiendo a otras dos cabras salvajes –una hembra con una cría juguetona a punto de acabar con la paciencia de su madre– que escapan por el resbaladizo risco sin dudarlo un instante. Más allá adelantamos a un par de excursionistas y, tras una breve pero intensa rampa con forma de escalera, llegamos al camino ancho que nos ha de llevar hasta Arnes. Lluvia de emociones Un kilómetro antes de llegar al pueblo, el cielo se resquebraja por fin. “Apenas son unas gotas”, calcula Amelia. “Odio hacer rutas con lluvia”, mascullo. Empaparse es siempre un incordio, pero la verdadera pena es no haber podido sacar fotos dignas de la etapa. Al entrar en Arnes, se cumplen los pronósticos de “lluvia vespertina” con exactitud británica. En pleno diluvio nos guarecemos en una cafetería del casco antiguo. Parece que todo el pueblo está aquí dentro. Los bocadillos son suculentos y nos libran rápidamente del gusanillo que nos corroía las tripas. De la pereza de salir a pedalear otra vez con la que está cayendo no nos libramos tan fácilmente. “De tripas corazón”. No funciona. “Sólo es agua”. Tampoco. “No hay dolor”. Todavía menos. En la pista asfaltada hasta el Coll de la Creu nos atrapa la tiritona. Llegamos al camino de tierra. Sube y baja. Baja y sube. Empezamos a reaccionar. La montaña de Penyagalera nos saluda desde lo alto, con sus barrancos anaranjados, hoy casi invisibles. Avanzamos en silencio por el bosque, esquivando los charcos unas veces y otras no. Perforamos un túnel invisible a través de la espesa columna de agua. Somos seres anfibios. Ya nada importa. Ni el agua, ni el frío, ni el barro que nos cubre la cara. Llegamos al Coll d’en Selma cansados, pero también eufóricos. Al cruzar el río Ulldemó, que baja más alto de lo habitual, aprovechamos para remojar las bicis. Ahora nosotros vamos más sucios que ellas. A ver cómo nos miran en el hotel... “Adelante, adelante, nos os preocupéis, muchos ciclistas llegáis así, o peor...”. Allí está Onofre, responsable de la ruta, asegurando que se tiraría de los pelos si los tuviera. “Nunca acertáis. ¡Qué mala suerte! Siempre que venís os cae el cielo encima. Llevábamos dos semanas de sol y calor...”. Tranquilo, Onofre. Esta tierra indómita nos tiene encandilados. Completamente cautivos. Volveremos. Y pronto.

VALORACIÓN PERSONAL ¿En cuántos días? Nosotros dividimos la ruta en 4 etapas. Así quedan muy proporcionadas en kilometraje y desnivel. En todas ellas hay suficientes alicientes bikers y paisajísticos. Se podría haber hecho en tres, pero creemos que merece la pena dedicarle un día extra para ir con más calma y disfrutar de los hermosos paisajes. Indicada para: Amantes de los retos exigentes y la naturaleza pura. Contraindicada para: Ciclistas alérgicos a las piedras o no dispuestos a caminar de vez en cuando con tal de llegar a lugares de excepcional belleza. Agradecimientos especiales: A Onofre Oyanguren, por transmitirnos su pasión por el mountain bike más aventurero y dar a conocer esta comarca. 10 Preguntas con respuesta

  • Pedales del mundo: La ruta Pedales de Los Ports forma parte de la red de rutas de Pedales del Mundo (www.pedalesdelmundo.com), al igual que Pedals de Foc, Pedales de Lava, Pedals d’Occitània, Pedales de León, etc.
  • Mejor época: La temporada va de marzo a noviembre. Primavera y otoño son los mejores momentos para practicar mountain bike en esta zona.
  • Bici ideal: Mountain bike rígida o de doble suspensión en perfecto estado.
  • Dificultad: La ruta alberga algunos tramos de alta dificultad técnica que la mayoría de los bikers harán a pie. Otros sectores, aunque sean ciclables, pueden reducir considerablemente la velocidad media.
  • Orientación: La ruta se sigue con rutómetro, aunque la organización prevé prestar el track para GPS a los inscritos que lo soliciten.
  • Climatología: Al tratarse de una zona de montaña, la meteorología es bastante impredecible. En un mismo día podemos pasar calor y luego empaparnos bajo un aguacero. O viceversa.
  • Inscripción: Los 44 euros del forfait incluyen la reserva en los alojamientos según nuestras preferencias y presupuesto, el rutómetro, un mapa, el portarrutómetro y diversos obsequios, además del maillot exclusivo de finisher para todos los que completen la ruta.
  • Avituallamiento: En las etapas 3 y 4 (sobre todo en la 3) hay que ser previsor y cargar con agua extra y algo de comer. Entre Fredes y Caro NO hay opción de comprar ningún alimento.
  • Tipo de caminos: Predominan los caminos y pistas, aunque en todas las etapas hay sectores de senda, algunos de ellos muy técnicos.
  • Transporte de equipajes: Dado el tipo de caminos y los fuertes desniveles, es preferible pedalear lo más liviano posible. El precio de este servicio varía en función de cuántas personas formáis el grupo y en cuántos días hacéis la ruta.

Ficha técnica Pedales de Los Ports

  • Kilometraje: 190 km
  • Ascensión acumulada: 5.300 metros
  • Itinerario circular: Beceite-Peñarroya de Tastavins-Coratxar-Vallibona-La Pobla de Benifassà-Fredes-Caro-Arnes-Beceite
  • Cota máxima: 1.314 metros
  • Cota mínima: 486 metros
  • Información y reservas: 978 890 723/646 644 910/www.pedalesdelosports.org

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