Es ya tradicional la campaña en favor del antidopaje que vive el ciclismo en la víspera de cada Tour de Francia. Este año abrió la veda la agencia antidopaje danesa publicando un informe que debía salir a la luz a finales de febrero pero sin embargo apareció este martes para delatar la cultura de dopaje existente en el CSC de Bjarne Riis.
En el caso particular de Gran Bretaña, a la inestabilidad previsible por circunstancias ciclistas se sumó otra turbulencia procedente del atletismo, el caso Salazar. Éste salpicó a uno de los ídolos nacionales, el corredor de fondo Mo Farah, que se vio arrastrado al ojo del huracán y desde el mismo admitió haber faltado a dos controles antidopaje fuera de competición.
Es en este contexto que, en una jornada de entrevistas telefónicas, varios medios ingleses preguntaron a Chris Froome si alguna vez se había perdido un control. Saltó la noticia: el líder de Sky para el próximo Tour de Francia admitió haber incurrido dos veces en esto, una en 2010 y otra esta misma temporada, en 2015. Según su relato, estaba aprovechando un par de días libres en Italia con su esposa y, cuando los inspectores fueron a buscarle, el personal del hotel en el cual se alojaban se negaron a llamar a su habitación para que se sometiera al test por evitar despertarle.
Pese a las sospechas que estos hechos pueden instigar, lo cierto es que Froome por lo pronto no ha incurrido en ninguna ilegalidad. Un ciclista puede perderse hasta dos controles en 12 meses por error de localización; acumular tres sí se considera objeto de sanción en el supuesto 2.4 de las normas antidopaje promulgadas por la UCI.
Los deportistas que están sometidos al pasaporte biológico, un programa de prevención del dopaje basado en la recolección de valores fisiológicos mediante controles dentro y fuera de competición, están obligados a informar a las autoridades mediante un sistema informático llamado Adams de su localización cada día de su vida, especificando asimismo una hora del día en la cual está en un lugar determinado y disponible para pasar un test. No obstante, estos programas se rellenan a tres meses vista: es habitual que el protocolo falle e inspector y deportista no logren encontrarse por una u otra razón.
En el ciclismo es célebre el caso de Chris Horner: al final de la Vuelta a España 2013, el ciclista estadounidense no pasó un control antidopaje. Se desató la polémica y, a posteriori, las autoridades admitieron que el error de localización no había sido culpa de Horner, sino de una mala comunicación entre las distintas agencias implicadas. Sucesos así son el pan de cada día en una industria que en ocasiones resulta más lesiva que la trampa que, dice, pretende erradicar.