Los Dolomitas son montañas únicas. Pese a su apariencia hercúlea y eterna, son, en realidad, frágiles y quebradizas. Sus escabrosas crestas grisáceas componen el escenario más espectacular que podíamos imaginar para el último episodio de nuestra travesía transalpina. Dos meses de vida nómada tocan a su fin.
Nacer, crecer y vivir en un remoto, tranquilo e idílico valle alpino, rodeado de frondosos bosques y montañas inexpugnables, tiene sus riesgos. Tarde o temprano, uno siente el irrefrenable impulso de descubrir qué hay más allá de las murallas de roca y hielo que ocultan el horizonte.
En las alturas, la frontera entre el paraíso y el infierno puede ser una línea delgada y difusa, prácticamente invisible. Por eso nos acercamos hasta ellas con cautela, en un largo viaje que nos ha de llevar desde el Pirineo más mediterráneo hasta el corazón de los Alpes. Y, quién sabe, quizá, incluso más allá.
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