Tracks del Penedès. Denominación de orígen

Viñas, cavas, bodegas... El Penedès es célebre por la rica tradición vitícola de sus tierras, llenas de contrastes y matices gracias a su variada y accidentada orografía. En cuatro días y más de 240 km de exigente mountain bike, nos empapamos de su espíritu, explorando los límites de nuestras piernas, nuestras bicis y nuestros miedos.

Tracks del Penedès. Denominación de orígen

Viñas, cavas, bodegas... El Penedès es célebre por la rica tradición vitícola de sus tierras, llenas de contrastes y matices gracias a su variada y accidentada orografía. En cuatro días y más de 240 km de exigente mo

untain bike, nos empapamos de su espíritu, explorando los límites de nuestras piernas, nuestras bicis y nuestros miedos.

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Que las apariencias no os lleven a engaño. Aunque el cava está muy rico, no fuimos hasta Sant Sadurní d’Anoia para degustar caldos burbujeantes. Nos desplazamos hasta allí para una cata muy distinta, en absoluto etílica, aunque sí igual de embriagadora. Se trataba de la presentación en exclusiva de la nueva Tracks del Penedès, que pronto pasará a engrosar la red de rutas Tracks, ya conocida por los lectores de Solo Bici por los reportajes que publicamos de Tracks del Diable (nº 228) y Tracks dels Volcans (nº 240).

El itinerario de la nueva travesía es obra de Carles Celma, quien tras años explorando los incontables caminos y sendas de la comarca, nos invitó a saborear cuatro rutas muy distintas, pero enlazadas entre sí, que se adentran en los parajes más abruptos del Penedès. Una vez más, íbamos a ser los primeros en paladear –y pedalear– una ruta que en pocos meses dará que hablar en muchas sobremesas.

La primera etapa comienza en la base de operaciones de Stress & Adrenalina, empresa de Outdoor Training, Team Building y Aventura, a las afueras de Sant Sadurní d’Anoia. Allí dejamos nuestro equipaje y empezamos a pedalear siguiendo el track para GPS que nos ha facilitado la organización. Cargamos únicamente con lo estrictamente necesario: herramientas, barritas energéticas, teléfono móvil y, por supuesto, las cámaras de fotos. Nos esperan algo más de 55 km y 1.150 m+ hasta el corazón del Garraf, un macizo montañoso de naturaleza calcárea muy popular entre los espeleólogos, que adoran sus laberínticas galerías subterráneas, y amado y odiado por igual entre los bikers, en este caso por sus indómitas trialeras.

De momento, sin embargo, la primera parada es en las cavas Agustí Torelló Mata, patrocinadoras de la ruta, donde nos dan una breve charla sobre su filosofía vitícola ecológica y nos invitan a brindar por la futura ruta. Mientras, nos cuentan que en el Penedès hay tres tipos de terreno en los que crecen distintas clases de uva, con aromas y sabores también muy distintos. “El secreto reside en la tierra y en el clima, que en nuestra variada orografía confiere a la uva multitud de matices”, argumenta nuestro anfitrión, a la vez que nos enseña unas enormes copas llenas de arenisca silícea y pizarras procedentes de la sierra prelitoral, arcillas calcáreas de la depresión central y gravas de la sierra litoral. Con el segundo brindis, empezamos a intuir la estrecha relación que también existe entre tierra, clima y mountain bike.

De nuevo sobre la bicicleta, bajo el sol radiante de mediodía, reemprendemos la marcha entre viñedos, bosques y paisajes abiertos. Aunque predominan los caminos fáciles y las pistas, saltamos de un campo a otro rápidamente, algunas veces por sendas semiocultas que no salen en los mapas.

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Tampoco faltan los tramos asfaltados, por lo que pronto llegamos a los pies de la sierra de Les Gunyoles (km 32), donde las primeras ascensiones trialeras nos abren las puertas del Parque Natural del Garraf. De pronto, el bosque mediterráneo nos envuelve con su sombra y, tras un sector de subidas y bajadas por caminos entretenidos, nos colamos en la riera de Begues, por cuyo cauce serpentea una onírica senda de varios kilómetros.

Tras el prolongado deleite, el track nos lleva hacia otra pista, cuesta arriba, que pasa frente a la sima de l’Esquerrà, una cavidad subterránea de más de 200 metros de profundidad.

La subida continúa un poco más, pero al otro lado del collado aguarda una trialera que baja contundente hasta Can Grau. El tramo final de asfalto lo aprovechamos para relajar los sentidos, que han trabajado de lo lindo en la segunda mitad de la jornada. Sólo una senda pedregosa más, que trata en vano de resistirse a nuestro plato pequeño, nos separa del merecido descanso.

Esta noche dormiremos en el monasterio budista de Plana Novella. Pertenecientes a una de las tradiciones más antiguas del budismo Vajrayana, los monjes Sakya Tashi Ling han creado aquí un lugar de oración, meditación y búsqueda de la felicidad. Su intención es generar valores positivos que beneficien al máximo número de seres, tanto dentro como fuera del monasterio.

Nos hablan de todo ello durante la cena, que consiste en un variado y sabroso buffet. Antes hemos asistido voluntariamente a la ceremonia de las ocho, que recitan a diario en tibetano, entonando cánticos y haciendo sonar extraños tambores, platillos metálicos y trompetas tradicionales del Himalaya. Tras los postres, extienden la invitación a la ceremonia de la mañana, que se celebra a las siete en punto. “El desayuno es a las ocho”, apuntan. “En ese caso, ¡hasta mañana a las ocho!”.

Tras una noche de paz y silencio, amanecemos hambrientos de cuerpo y espíritu. A la oración de las siete no llegamos, pero sí al bendito desayuno: magdalenas caseras, zumos de frutas, pan, queso, embutidos, mermeladas, café, té, leche de soja, yogur natural, nueces, avellanas...

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Tras calmar el apetito nos ofrecen una visita guiada por el antiguo palacio, construido a finales del siglo XIX por encargo de una familia de adinerados indianos naturales de Sitges que se arruinaron sólo seis años después de completar el suntuoso edificio. Un siglo más tarde, se echan de menos los adornos de oro y pedrería que brillaban originalmente sobre la abigarrada chimenea, así como muchísimos otros artículos de lujo que desaparecieron en sucesivas oleadas (cambios de propietarios, abandonos, guerra civil...).

Hoy la decoración es algo distinta: abundan las estatuas de Buda de todas las tallas, las representaciones de diversas deidades, multitud de instrumentos musicales tibetanos, una colección de vistosas máscaras, trajes típicos... En el museo, Anaïs, nuestra amable cicerone, enumera y describe las distintas tradiciones budistas, sus orígenes, sus prácticas, sus metas, su camino...

Todo suena realmente interesante, aunque infinitamente más complejo de lo que pueda parecer extramuros, donde, por cierto, ha empezado a lloviznar.

Una vez en marcha, la ruta nos conduce hacia el mar, dando un amplio rodeo por un entramado de pistas que recorren el Parque Natural del Garraf, para regresar después hasta Plana Novella por la solitaria rambla de Vallgrassa.

Tras un nuevo tramo de pista ancha por un páramo de aspecto apocalíptico, en el km 17, el track señala un estrecho camino trialero que a partir de aquí irá enlazando sendas de subida y de bajada prácticamente hasta Olesa de Bonesvalls, lo que implica casi 14 km de emocionante distracción.

Tras cruzar el pueblo, donde aprovechamos para recargar energías y agua, empieza una dura y progresiva ascensión por una pista algo rota que se abre paso por el bosque. La subida empieza suave, pero reserva lo peor para el final. Una vez arriba, con la digestión medio cortada, nos embalamos pista abajo, pero prestando atención para no saltarnos el desvío hacia la trepidante trialera que desciende hasta el Coll de Garró.

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No será la última sorpresa del día, pues tras cruzar la pequeña población de Sant Pau d’Ordal, el track se desvía hacia la derecha dibujando un nuevo bucle que nos incrusta en un auténtico laberinto de sendas, una especie de montaña rusa natural. En sus inhumanas cuestas, breves pero intensas, echas el higadillo haciendo equilibrios anaeróbicos a 5 km/h. Luego, bajando por sus revirados singletrack, flanqueados por pinos jóvenes y salteados por escalones de roca y gruesas raíces, crees flotar, levitar, incluso volar, como si alcanzases alguna clase de nirvana.

Poco más allá, la etapa llega a su fin. Un total de 56 km y 1.200 m+ no parecen, ni mucho menos, una barbaridad, pero nuestros cuerpos y cerebros se declaran más que satisfechos. Saben que mañana les aguarda un nuevo atracón.

Las mochilas nos esperan en el hotel-restaurante Sol i Vi, a apenas 4 km de Sant Sadurní d’Anoia. Aunque por caminos bien distintos, hemos vuelto prácticamente al punto de inicio. Nos encontramos en el ecuador de la travesía, bastante más cansados de lo que cupiese imaginar. Mañana es la etapa reina: 68 km con 2.300 m+, probablemente igual de laboriosos que los de hoy, así que debemos concentrarnos en recuperar fuerzas, para lo que sólo contamos con los métodos más elementales: cuchillo, tenedor y mandíbulas. Por suerte, en el restaurante del hotel nos lo ponen sumamente fácil. El menú es realmente exquisito. Al evocarlo mentalmente, todavía hoy, sentados frente al ordenador, salivamos más que los perros de Paulov.

El tercer día promete emociones fuertes. La pantalla del GPS muestra una temblorosa línea de color rojo que atraviesa las sierras del Ordal desde todos sus flancos. Sube, baja, entra, sale, vuelve a subir, vuelve a bajar...

Por suerte, la etapa comienza tranquila, por un camino en suave bajada que en apenas mil metros supera las vías del AVE, las del tren normal y la autopista. Atrás quedan el progreso y la civilización, y encaramos la montaña a través de una zona de viñas.

El primer aviso llega hacia el km 5, donde una dura trialera de subida reclama lo mejor de nosotros y nuestras bicis, recordándonos minutos después la magia de pedalear por terrenos agrestes, ásperos y rocosos, como este lecho de roca viva, pura y virgen, moldeada únicamente por los elementos.

Superado el rito de iniciación, tomamos una pista asfaltada que pierde altura para volverla a ganar poco después. Entre murallas de roca natural, en la que pequeñas figuras humanas de colores practican la escalada, nosotros trepamos por asfalto hasta el castillo de Subirats. A la panorámica de media comarca se le suma un descenso vertiginoso, con un par de puntos expuestos, que nos sitúa en lo más hondo del valle. Ahora toca volver a subir por una pista pavimentada que recupera los 150 metros perdidos en 1 km de ascensión que se nos hace eterno.

De nuevo a la altura del castillo, otra pista nos catapulta aún más arriba, donde empieza otra dulce condena sólo apta para piernas frescas y mentes enfermas de singletrack.

No sin esfuerzo, alcanzamos los senderos ratoneros que hay en lo más alto de la sierra del Pi de Molló. Allí empezamos a subir y bajar por ellos, remendando la montaña por todas partes. Se nota que Carles conoce al dedillo estos lares, pues no se salta ni un solo vial ciclable. Nosotros entramos en una vorágine psíquica bipolar que ya hemos sentido otras veces: ahora maldecimos su estampa, ahora la adoramos. Pobre Carles.

Por suerte, luego siempre queda el buen recuerdo, el del descenso perfecto, y se olvidan los estertores de otros tramos en los que crees haberte equivocado de oficio, de afición, de cuerpo.

Sin embargo, hay cruces que sí se clavan en la memoria, como la inmisericorde ascensión al Montcau, en la que enlazamos varias rampas de más del 20 %, primero por una senda demoníaca y después por una pista que te arranca la dignidad a machetazos.

Coronamos hasta la coronilla, completamente rotos, ansiosos de un largo descenso, de un bar, de lo que sea. Pero tras un tramo de bajada aparece un nuevo encadenamiento de revoltosas sendas.

En avanzado estado de hipoglucemia y a un plis de tomar un atajo, recurrimos al comodín del PowerGel y encaramos la que parece la última subida antes del deseado descenso final hasta Gelida, en el que, ahora ya sí, disfrutamos como posesos.

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Tras recuperar fuerzas en un bar, los últimos 20 km de etapa nos parecen un paseo comparados con el tramo matutino.

Al entrar en el hotel Husa Masia Bach –un 4 estrellas con campo de golf y vistas a Montserrat–, la recepción no puede ser mejor: en la habitación hay una cesta llena de fruta, almendras, bombones, bebidas isotónicas... ¡Y un par de albornoces sobre una cama más ancha que larga!

El cuarto día amanecemos mucho más enteros de lo que jamás hubiésemos pensado. La etapa arranca con un potente desayuno buffet seguido de un tramo de caminos emboscados ideales para hacer la digestión. Poco después enfilamos el cauce de la riera de Pierola durante casi 6 km, para seguidamente acercarnos hasta las faldas de Montserrat. En esta zona nos cruzamos con bastantes bikers, cosa que no nos ha pasado durante toda la ruta. Será que hoy es domingo.

Antes de reemprender el regreso hacia Sant Sadurní, paramos a comer en El Bruc.

Por la tarde, tras una potente bajada por pista –con susto incluido–, encadenamos nuevas subidas con un largo y fluido descenso por la riera Seca. Más adelante, nos internamos en una nueva y espectacular riera, flanqueada por altos muros de arenisca, que desemboca en el río Anoia, que hoy baja más alto de lo habitual y nos propina un inevitable baño de bajos.

Pedalada a pedalada, el ciclo se cierra. Caminos, mantras, trialeras, buen karma... y ¡vida eterna al mountain bike!

Ficha técnica:

Salida y llegada: Sant Sadurní d’Anoia (Barcelona).

Recorrido: 241 km.

Ascensión acumulada: 5.850 m+.

En 4 etapas: 1ª Sant Sadurní d’Anoia - Plana Novella (55 km / 1.150 m+); 2º Plana Novella - Lavern (56 km / 1.200 m+); 3ª Lavern - Sant Esteve Sesrovires (68 km / 2.300 m+); 4ª Sant Esteve Sesrovires - Sant Sadurní d’Anoia (62 km / 1.200 m+)

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